Maestro y compositor. Rufo Pérez es tachirense por adopción, fundador de 4 escuelas de música en toda Venezuela y profesor durante 50 años. No hay músico que no haya pasado por sus aulas de clase, afirma, incluyendo a sus hijos. Llegó a Rubio hace más de 45 años y más tarde se encargó de la escuela de música Miguel Ángel Espinel. Hoy está retirado, pero quedan sus enseñanzas y sus variadas composiciones que testifican de su amor por la música, y su dominio del piano, la guitarra, la bandolina y el cuatro. Sobre sus frutos profesionales y personales, durante los 82 años de existencia, conversó con Humberto Contreras en la Entrevista Dominical.
Nació en un diciembre. El 18, justo cuando suenan la pólvora y la parranda en las madrugadas de misas de aguinaldos. Rufo Pérez Salomón, nació en Valle de la Pascua, estado Guárico, en 1924. Y ante la insinuación de que justo muchos músicos han nacido en diciembre, dice: Es el mes de la alegría, es el mes cósmico, y la música es un elemento de la naturaleza, es cósmica.
«Nosotros (los músicos) lo que hacemos, es acomodar, controlar y ordenar la melodía, las armonías, los ritmos, porque estos ya existen.»
El profesor Rufo Pérez es uno de los formadores de músicos más prolíficos y eficientes. Más de 50 años en la actividad de la docencia musical, hacen pensar, y él lo sostiene, que deben ser pocos los profesores reconocidos de música actuales en el país, que no hayan sido alumnos suyos.
De diez años se compró un «pitico», de esos que vendían a real. Una flauta recta -que no es la travesera-, y tocaba todo lo que entonces había. Se hizo famoso con su pito, y lo buscaban los cuatristas del barrio para que tocara con ellos, para serenatear. Era el solista. Entonces, allá fundaron una escuela de música en el pueblo, y seleccionaron a los muchachos que tuvieran más oído musical. Lo seleccionaron. Era una escuelita de música gratuita, pobre, recuerda.
Al maestro le pagaban cien bolívares mensuales. Era músico y ebanista, muy culto. Los instrumentos los fuimos recabando por ahí, con ayuda del jefe civil (prefecto) Rubín Zamora. A los doce meses ya estábamos tocando, continúa. A mí me dieron un flautín, que fue el primer instrumento que toqué, cuando ya leía música. Porque el maestro enseñaba a solfear, a identificar las tonalidades, los ritmos, y después le ponía el instrumento a uno, y de ahí lo que uno hacía era ejercitarse en las destrezas digitales para dominar el instrumento.
En estas tareas, se entregaba. Era su pasión. «Pero también yo trabajaba, aclara. Allá nadie dejaba de trabajar. Yo cargaba agua en barriles, con un burro, cortaba leña en el monte y la cargaba para venderla en el pueblo, y vendía chucherías, como conserva de coco (cocada), majarete, alfeñique, cosas que hacían en la casa donde vivía con su madre, pues su padre lo perdió, muy niño.

En su ciudad natal se casó. Ella es Lucina Martí, con quien todavía, comparte sus días. Es nacida en Tucupido, adonde fue el joven maestro a fundar la primera escuela de música de las cuatro que ha fundado en su vida. Luego se volvió a Valle de la Pascua, pues lo nombraron director de la Banda, con sueldo de ochocientos bolívares, pero ahí realmente no había banda. «Entonces hice una verdadera banda. También hice una en Tucupido. Con alumnos míos, enfatiza, no con gente de afuera.
Después se fue a El Tigrito, en Anzoátegui, donde fundó otra escuela, y allí también hizo otra «bandita» con doce alumnos, que fue la primera banda mixta -varones y hembras-.que hubo en Oriente. Allí, era muy raro ver a una mujer tocando. Pero en la banda las muchachas tocaban saxofón, bombardino, trombón, etc. Volvió a Valle de la Pascua, y fundó su escuela de música. Sus alumnos recibían clases debajo de una enorme mata de mamón que había en el patio de la casa, donde acomodaron unos bancos «Ahí mismo ensayaba con una banda de baile que formé, y que se hizo muy famosa en el Guárico. La» Orquesta de Rufo Pérez», y tocábamos en la capital, en Ciudad Bolívar, hasta Caracas fuimos una vez, contratados.
Su destino: Táchira
«Estando allá, recibí la invitación para unos cursos en Caracas, dirigidos a músicos de la provincia. Conseguí con mi cuñado 400 bolívares para ir. Era por varios años, pero en temporadas de uno o dos meses. Allí recibíamos, clases de didáctica, utilización de recursos, objetivos para la docencia. Y como yo solfeaba y tocaba piano, bandolina, cuatro, guitarra, los profesores se interesaron en mí.
A los 3 años del curso, hicieron un concurso para seleccionar profesores de música que faltaban en todo el país, para el Ministerio de Educación. Presenté las pruebas, me fui a Valle de la Pascua, y me olvidé. Cuando me llegó un telegrama que me decía que estaba seleccionado para ir al Táchira, a Rubio, a la Escuela Rural Gervasio Rubio. Fue en 1960.
— No, no. Yo no quería. Tenía la idea de que Táchira era Colombia. Eso es muy lejos, decía. Realmente no quería. En eso conversé con un amigo, muy culto, quien me dijo: «¡Como, se te ocurre, si Rubio es un paraíso, comparado con estos pueblos de por aquí!». Estaba mandando AD y Rómulo Betancourt.
Bueno, acepté. Tuve que ir dos o tres veces al Ministerio para formalizar el viaje. Lo que tenía era miedo por el cambio. Tenía ya mis hijos, o sea, que lo que hicimos fue residenciarnos acá.
— ¿Se adaptó bien al cambio?
Nosotros nos nacionalizamos «gochos», dice riendo. Y hemos amado tanto a esta tierra, que ni siquiera de vacaciones nos vamos a otra parte. Yo llegué jefe. Lo primero que hice fue fundar el orfeón de la Escuela.
“Yo venía por medio tiempo, con mil bolívares mensuales, pero cuando recibí mi primer pago, me llegaron dos mil. Se lo dije al director, Antonio Rojas Araujo, un hombre muy honorable, y él me dijo que cuando le pasaron la lista, me puso a tiempo completo, «porque aquí no tenemos medios tiempos».
Ya instalado en Rubio, fundó allí otra escuela de música. La cuarta que fundó en su vida. Tenía poco tiempo de llegado, y la llamó «Francisco J. Marciales». Explica que este era un músico bastante conocedor, un maestro, muy conocido en Rubio, pero no valorado.
Revisando y estudiando sus obras, se dio cuenta de que realmente era un maestro. Nadie lo valoraba en su dimensión. A los diez años, se fue a Mérida, pues sus hijos ya entraban a la Universidad.
Conseguí un traslado, pero no duró sino un año, porque su compromiso con el Ministerio lo obligaba a dictar cursos para profesores de música en cualquier parte del país. «Por eso puedo decir que es raro el músico que haya en cualquier ciudad, que sea docente musical y que no le haya dado clases yo».
— Posteriormente me encargué de la supervisión musical en la ORE (hoy Zona Educativa). Tuve problemas por ese nombramiento, por envidia, hasta que por fin creyeron en mí, porque casi todos vinieron para que les diera clases sobre técnicas de enseñanza. Me hice amigo, y la cosa cambió.
Estando en la ORE, me mandaron para la Normal Valecillos. Allí creé la especialidad en Música, pero cuando salía la primera graduación de bachilleres musicales, no tenían los muchachos donde hacer las pasantías, no había un profesor especializado para eso. Me tocó asesorar a los muchachos, los ubiqué en las escuelas, y todo salió muy bien. Estoy muy orgulloso de eso.
Luego la directora de Educación, Emilce Zambrano, me nombró director de la Escuela de Música «Miguel Angel Espinel», donde se desempeñó por doce años.
En la escuela tenía el problema de que había que regirse por un programa que ya estaba desfasado, pues el alumno tenía que hacer teoría y solfeo, historia de la Música, para después ponerle el instrumento. A los tres años de estarle dando, el muchacho se cansaba y se iba de la Escuela.
Cuando vino la Orquesta Juvenil, que vino con otra mentalidad, la del maestro José Antonio Abreu, pues mire la orquesta que se logró. Muy buena. Cuando llegué a la Escuela, no había cátedra de violín. Entonces, metí profesores de violín, de viola, de violoncelo y de trombón. Hice la orquestica de cámara poco a poco. Tocamos bastante por ahí, hasta que conseguí una pequeña subvención del CONAC. Con eso la sostuve.
También tuvo la Orquesta Sinfónica de los Andes. Era una orquesta de Cámara. Estimuló a los muchachos, sobre todo a los violinistas. Con esa orquesta fue invitado por el Congreso Nacional, a una celebración del 23 de enero, y le dieron un reconocimiento. Fundó la coral municipal de San Cristóbal, con la que viajaron a Barinas, Guasdualito, casi todos los pueblos del Táchira. Incluso tuvieron una invitación de Colombia, pero por los costos, no pudieron ir.
Su cosecha
El profesor Rufo Pérez Salomón, tiene decenas de composiciones propias. Dos misas corales, una misa criolla, vocal, con acompañamiento de cuatro. Dice que ésta ha gustado mucho, y la cantan todos las coralitas y las coralotas que hay aquí. También la han montado para actos especiales. Compuse otra misa en honor a Santa Cecilia, dice, que es música sinfónica coral.
Y en música popular tiene varios valses, bambucos, tonadas y baladas. Ha ganado muchos festivales.
Cuando en los liceos había los festivales de la Juventud, me llamaban, yo llevaba una canción, y ganaba. «Como cinco veces gané el festival de Acarigua».
De entre sus composiciones populares, la que más se ha cantado porque ha ganado varios festivales, se llama «Llanero Canta tu Copla», cuya letra es de Oscar, su hijo. Él es poeta, dice. Otra conocida, «Toma mi Voz», es de tipo balada.
Es la historia de un músico que dio al Táchira lo mejor de su vida productiva. Que aún tiene cosas por hacer. Y por decir. El espacio, realmente es corto.
«La música es Dios»
Dios le dio el don de componer música. Y le dio la satisfacción de que sus hijos fueran sus intérpretes. Ha compuesto muchísimos boleros, “que he cantado yo, o mis hijos», pues todos son músicos. Son nueve hijos en total, seis con su esposa Lucina, explica Inmaculada, su hija mayor.
Uno es profesor jubilado; Oscar es profesor de la UNET, y músico, además de que canta, desde pequeño. Ganó premios con mi papá en la Voz Liceísta, nacional y regional, y el otro es Juan Félix, médico que vive en Caracas, y «toca bellísimo».
Inmaculada, la mayor del matrimonio, es profesora de música jubilada. Rufo toca clarinete; Leonardo es profesor de música; Felipe, que es economista, toca cuatro y canta. Creó y dirigió la coral de la facultad de Economía, cuando estudiaba en la UCV. (También fue Ministro de Planificación, durante este gobierno). Lucinita es abogada, vive en Usa, y toca mandolina, y finalmente, Gregorio que se graduó en Berkeley en Música de Cine, y es pianista.
En su ciudad natal se casó. Ella es Lucina Martí, con quien todavía, comparte sus días. Es nacida en Tucupido, adonde fue el joven maestro a fundar la primera escuela de música de las cuatro que ha fundado en su vida. Yo he tenido momentos muy felices, dice nuestro entrevistado, porque no hay cosa que lo haga más feliz a uno, que una mujer, y lo dice mientras mira a su esposa, que escucha la entrevista. – Y ser admirado, agrega, aplaudido, eso le causa a uno mucha satisfacción. Y si lo admiran y lo aplauden, es porque uno lo merece. Yo he sido muy aplaudido, he amado la música, Pero desde joven, «Lo mío ha sido la docencia, siempre. Me ha gustado, y con la docencia es que yo he logrado algo. Aprendí componer, a dirigir, aprendí todos los instrumentos porque tenía que enseñar.
Su hijo Leonardo explica que su padre es instrumentista, compositor, arreglista con oído absoluto que todo lo que percibe de oído, lo escribe, es decir, que las notas musicales ya las tiene en su cerebro. Es una habilidad del cognoscimento musical que no le es dada a todos los músicos.
Son contados, dice. Un caso emblemático, es Mozart, un niño genio. Aquí en el Táchira, músicos extraordinarios como el maestro Eufrasio Medina. Bueno, mi padre tiene ese don.
Don Rufo ha recibido muchos reconocimientos. Pero «el que amo más, es la Orden 27 de junio, dada por el Ministerio de Educación. Es parte de lo hecho en la educación musical, de por vida, que está constatada en el hecho de que «Yo he compuesto casi todos los himnos de los liceos de acá, el del grupo «Miguel Antonio Vásquez», donde también me dieron un reconocimiento. Explica que la música como yo la enseñé, empezó a enseñarla José Antonio Abreu. Cuando uno agarra a los muchachitos y empieza a enseñarlos, «eso es lo más bello que puede haber, porque la música es como una cosa de Dios.
“Yo digo que la música es Dios».
Fuente: Diario La Nación, San Cristóbal, Estado Táchira, 30 de Julio de 2006.
Maestro Rufo Pérez Salomón, Valiosos recuerdos de tan especial personaje, durante varios años fui su alumno y el mas admirador de su enorme talento, recibí de él importantísima formación musical que tiempo después en la Academia Miguel Angel Espinel donde el Maestro Rufo era Director, le robaba ratos de tertulia y enseñanza que contribuyeron a pulir mi formación musical, Dios Padre Creador le bendiga y lo tenga en su Santo lugar